La columna de Rafael Reig de este sábado en El Cultural del ABC ha despertado mi antigua curiosidad sobre le fenómeno del best seller. Él lo define como “un libro que leen las personas a quienes no les gusta leer”. Efectuando así una distinción maniquea entre una minoría que lee los clásicos frente a este público de superventas de la cultura de masas (menos es más).
Pero, “¿por qué o para qué se empeña en leer la gente a la que no le gusta leer?”. Puede que tengan el síndrome de Sherezade, es cuando solo se busca evadirse con una historia que te atrapa, te hace partícipe. Generalmente son libros de lectura fácil, ya que lo importante es lo que cuentan, no su calidad o cómo lo cuentan. El columnista señala que la gente lee porque "hay que leer y punto”(tomar dos litros de agua al día, comer verdura, hacer deporte), “hay que leer el libro del que todo el mundo habla”, como una forma más de consumismo. Paso a diario más tiempo del que me gustaría en transporte público y doy fe de que es cierto, si se lleva tal libro, es el que más se ve en el tren, está de moda.
La clave del éxito es que promueve la victoria del bien, del que formamos parte, sobre el mal de la vida, el mensaje es “no te preocupes de tu vida real, te vamos a dar algo más valioso (…) un alma”.
El público juvenil devora grandes volúmenes como la saga Crepúsculo, los demandan como tarea de clase frente a los clásicos que le resultan ajenos y más difíciles de leer. Mejor leer eso que nada, afirman muchos, piensan que se comienza por este tipo de obras y se termina degustando la verdadera literatura. Pero parece que no es cierto, el gusto y la capacidad se acomodan y no traspasan los límites. Puede que muchos solo lean poesía renacentista, novelas del siglo XIX, en el instituto.
Fuentes: ABC cultural y Cómo leer un best seller, Martín Schifino.